Una aproximación al Madrid del siglo XIX
El siglo XIX inicia con la Guerra de la Independencia y los posteriores levantamientos del Dos de Mayo y termina con la pérdida de las colonias de Cuba y Filipinas. Será un periodo muy agitado en cuanto a la política en el que asistiremos a la vuelta de Fernando VII, “el deseado”, y a la posterior decepción que causó el monarca al volver al absolutismo.

Asimismo seremos testigos de la sucesión de partidos liberales y conservadores en el gobierno, la conspiración absolutista, la creación de la Constitución de 1812, levantamientos y desamortizaciones.

Y entre medias se producirán hitos como el atentando contra el General Prim en la calle del Turco, la implantación del alumbrado eléctrico en la ciudad, el Ensanche del año 1860 también conocido como Plan Castro que cambiaría la fisionomía de la ciudad o la creación, a imitación del Museo del Louvre, del Museo del Prado en 1819.

Característico también de este periodo serán los bazares y pasajes comerciales que surgen a imitación de los pasajes franceses o la creación de nuevos edificios como el Palacio de Cristal que se construyó para alojar la Exposición de Filipinas de 1887.

En cuanto a las artes será un periodo esplendoroso en el que sobresalen movimientos como el neoclasicismo, el historicismo y el romanticismo. La industrialización, la fotografía y el ferrocarril llegarán a la ciudad y surgirá una nueva clase social: la burguesía acomodada.

El Museo del Romanticismo, sito en la calle San Mateo 13, nos invita a hacer un viaje en el tiempo y, mediante la evocación de ambientes, nos permite conocer cómo era la vida, las costumbres, el ocio, la literatura, el arte y el teatro en el ámbito burgués del XIX.

Justo al lado del museo, en el número 15, se encontraba una institución fundada en el XIX por Fernando de Castro para la educación de la mujer.
El edificio, levantado a finales de siglo, albergaba talleres, bibliotecas, despachos, aulas de canto, música. Hoy en día, es la Fundación Fernando de Castro quien se dedica a la conservación del edificio y de algunas de sus estancias históricas.

-Un Madrid de tranvías, mesones, tabernas y cafés.
El Madrid del XIX será un Madrid de tranvías, primero de mulas, después de vapor y finalmente hacia 1871 electrificado. Las botillerías surgidas en el XVIII irán desapareciendo a lo largo del XIX y las calles se poblarían de mesones, tabernas, fondas, bazares y almacenes de vino.

Asimismo en las plazas y calles de la ciudad habría puestos de venta de bebida, fruta, verdura, carne o pescado hasta que, por iniciativa de Mesonero Romanos, se crearían en las últimas décadas del XIX los mercados cerrados acristalados.

Hoy en día siguen abiertos establecimientos como la Taberna de Antonio Sánchez en Mesón de Paredes 13 o Casa Alberto en la calle de las Huertas 18. Precisamente esta última habría sido fundada en 1827 y hasta ella acudirían los madrileños para tomarse un chato de vino con un huevo duro y un trozo de bacalao.

Los madrileños del XIX gustarían de acudir a las tertulias que se celebraban en los cafés de la ciudad para enterarse de primera mano de las últimas noticias.
“De todos los cafés existentes en Madrid por los años 1830 y 31, el más destartalado, sombrío y solitario era, sin duda alguna, el situado en la planta baja de la casita contigua al teatro del Príncipe. Pues bien, a pesar de todas estas condiciones negativas, y tal vez a causa de ellas mismas, este miserable tugurio, sombrío y desierto, llamó la atención y obtuvo la preferencia de los jóvenes poetas, literatos, artistas y aficionados”
Mesonero Romanos. Memorias de un sesentón

Los cafés más célebres serían el Café del Parnasillo, el Café de Fornos, en la calle Virgen de los Peligros, y el Café Suizo, en la confluencia entre las calles Alcalá y Sevilla, dónde surgirían los bollitos homónimos.

-Las viviendas: Corralas y Palacetes
A ese Madrid comenzó a llegar gente del entorno rural para buscarse la vida en las huertas que había en la ciudad y además se conformó un grupo de clases populares de mendigos, raterillos, golfos que se buscaban la vida como podían.
Uno de estos tipos eran los traperos o ropavejeros, estos, habitaban el barrio de las Injurias y se dedicaban a la compra de trapos viejos, suelas de alpargata y lanas con las que luego se hacía el papel de los periódicos.

Las clases populares, como los campesinos, cordeleros, las lavanderas y las cigarreras, se instalarían en la zona de Embajadores y Lavapiés, siendo las corralas los inmuebles donde vivirían.

Hasta dentro de una misma corrala había clases sociales y es que conforme se ascendía en altura, más pobre se era. Las buhardillas por lo tanto serían habitadas por los inquilinos con menos recursos.

Por otro lado los nuevos aristócratas que habían hecho fortuna con el comercio, ferrocarril o la bolsa, habitarán en sus palacetes de nueva construcción en la Castellana.

Por otro lado estarían los burgueses de cuna que tendrían sus viviendas en zonas como los aledaños del Palacio Real, Arenal o Arguelles. En este momento la nueva burguesía reemplazará a la antigua nobleza de sangre.

Don Enrique de Aguilera y Gamboa, XVII Marqués de Cerralbo, fue un aristócrata, coleccionista y arqueólogo madrileño que durante toda su vida atesoró una gran colección artística que expuso y guardó en su pequeño hotelier a la francesa de calle Ventura Rodríguez.

Tanto el inmueble, un bellísimo ejemplar de palacete decimonónico, como la colección fueron legado a su muerte al Estado Español surgiendo así el Museo Cerralbo. Una visita al mismo nos permite abrir una ventana al pasado y conocer cómo era un palacete madrileño aristocrático del XIX y cuales eran los criterios del Marqués a la ora de coleccionar antigüedades y objetos de índole artística.

-Las tiendas del Madrid del XIX
A principios de siglo surgirán pequeños comercios, tiendas que eran muy modestas y que podían abrirse en los descansillos de las casas o en los portales de las mismas. Por lo general, sus dueños eran los productores de lo que se vendía y los dependientes vivían con los dueños y ganaban un pequeño jornal.

Otro de los negocios frecuentes serán las hueverías, lecherías y vaquerías cuyos restos aún son visibles en algunas portadas de comercios.

A mediados del XIX el panorama cambia y para atraer al público comienzan a surgir nuevas tiendas con portadas llamativas, escaparates donde exponer los productos, y elegantes interiores con columnas de forja, anaquelerías, zócalos de madera y armarios y cajones de las mejores maderas.

Cuenta Fernández de los Ríos en su Guía de Madrid que en 1835 llamó la atención del público la perfumería Diana, en la calle Caballero de Gracia, y una tienda de quincalla al comienzo de Montera por ser amas las primeras portadas y escaparates al uso de París.
“Toda esta reunión de tiendas y comercios que desde las magníficas columnas y brillantes cierres de cristal, van descendiendo hasta los portales y rincones más oscuros, prestan al aspecto de Madrid una animación singular” Mesonero Romanos. Manual de Madrid.
Algo que caracterizaba a estas tiendas eran las portadas que se han denominado “galdosianas” y que aparecen muy bien descritas en la novela de Benito Pérez Galdós “Fortunata y Jacinta”. Estas portadas solían ser de madera y se decoraban con bonitos trabajos de ebanistería, su zócalo era de mármol y se remataba con rótulos que anunciaban lo que se vendía en su interior y el nombre del dueño.

-Las fábricas y los pequeños talleres artesanales
Para hacernos una idea del Madrid industrial del XIX debemos hablar en un primer momento de los pequeños talleres artesanales que se encontraban en el casco antiguo y derivaban de los gremios medievales.
Talleres de zapatería, herrerías, carpinterías, ebanisterias, cuberos, plateros o talleres de encuadernación, serían los más numerosos.

Asimismo en el centro de la villa se establecerían: la industria alimentaria (tahonas, chocolates, galletas o pastas para sopa), la de bebidas (cervezas o licores), artes gráficas (talleres de encuadernación o imprentas), textiles y complementos e instrumentos musicales, entre otros.

En el Ensache las industrias se distribuirían de tal modo: Chamberí y Bravo Murillo concentrarían las fábricas de bujías estearicas, fundiciones de hierro, plomo, bronce o tipos de imprenta.

En Princesa y Argüelles se ubicarían las industrias de las Artes Gráficas, las de pastas para sopa (Clot) y la Fundición tipografíca Richard Gans.
Poca industría se concentraría en el barrio de Salamanca donde sobresale alguna conservera y las fundiciones de metal blanco para cuberterías de Espuñes y Meneses.
Dada la topografía y condicionamiento del trazado del Ferrocarril, el sector de Arganzuela se convertirá en una zona industrial (papel, textil, harina, cerámica, vidrio, tejares y yeserías) y de almacenaje.
La zona de Pacífico concentraría tahonas, fábricas de harina y algunos tejares.
En el caso de los alfares y tejares, estos se encontrarían en localidades sitas a las afueras de Madrid como Vicálvaro, Villaverde o Vallecas y trabajarían los materiales cerámicos para producir ladrillos y tejas. Muchos de ellos continuarían formando parte del paisaje urbano de Madrid hasta mediados del siglo XX.

Mención a parte merecen las fábricas y obradores de chocolate que surgirían en durante el siglo XIX. Así el gallego ‘Matías López’ abriría a mediados del XIX, en la calle de la Palma, su fábrica homónima de chocolates cosechando tal éxito que se trasladó hasta El Escorial para hacer una producción mayor.

En el Museo de historia de Madrid puede verse en la planta dedicada al siglo XIX una de las cajas de los chocolates Matías López.

Pero aunque el chocolate era aún un bien preciado, lo cierto es que se solían guardar algunos ahorrillos y de vez en cuando los madrileños de clases más humildes compraban algunas onzas en establecimientos como El Indio en la calle de la Luna o en lonjas como la del Caballero de Gracia o de la Esgrima.

Por su importancia y por haber permanecido abierta desde 1848 hasta 1994, debemos hacer mención a la Chocolatería El Indio que se encontraba situada en la calle de La Luna esquina San Roque.

La Chocolatería El Indio fue un establecimiento abierto inicialmente como obrador chocolates para su venta. Posteriormente fue ampliando el negocio dedicándose a la venta de café, fiambres, caramelos o galletas, entre otros.
Cuando cerró sus puertas en 1994, el Estado adquirió todos los muebles que se encontraban su interior para el Museo del Traje, institución donde se custodía y se exhibe en la actualidad.
-El ocio: los teatros, frontones, hipódromos y los toros
Los madrileños del XIX gustarán de acudir a los teatros como el Teatro de la Cruz, el del Príncipe o el de la Comedia en el Barrio de las Letras para disfrutar de obras de teatro o espectáculos de cuplé.

En 1880 Don Cándido Lara, un carnicero de Antón Martín que había hecho fortuna con el negocio de la carne alimentando a las tropas liberales durante la segunta guerra carlista, abría en el Barrio de Maravillas un teatro inspirado en el Palais Royal de París.
Ese teatro, sería bautizado como «la Bombonera de Don Cándido» y es uno de los Teatros de finales del XIX que continuan abiertos hoy en día como teatro.

En pleno Barrio de la Latina abriría sus puertas en 1857 el Teatro Novedades adquiriendo un matiz popular al ofrecer espectáculos accesibles para los vecinos del barrio en el que se encontraba.
Por desgracia el 23 de septiembre de 1928 el Teatro Novedades sufría un terrible y devastador incendio mientras se representaba el sainete ‘La Mejor del Puerto’. El teatro fue pasto de las llamas y en él fallecieron más de 80 personas y hubo más de 200 heridos.

En futuras entregas hablaremos de otros aspectos ligados al Madrid decimonónico como las lavanderas del Manzanares, los mercados, las violeteras y floristas, la Inclusa de Mesón de Paredes o de fotográfos del momento de la talla de Charles Clifford, Jean Laurent o Agusto Arcimís.
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Pd: La fotografía principal que ilustra este articulo pertenece al fondo Azpiazu (DVD03\AZP212) y representa una escena de venta ambulante en la calle Cuchilleros de Madrid